Capítulo 3: ¿Dónde estás?
La puerta chirrió cuando Sera entró en el apartamento oscuro. El hedor familiar de alcohol y cigarrillos rancios se aferraba al aire como una manta sofocante. Sus dedos se apretaron alrededor de la correa de su mochila mientras se movía cautelosamente a través del desorden. Vidrios rotos brillaban débilmente bajo la tenue luz de la cocina, y la sombra de su padre se cernía sobre el desgastado sillón en la esquina.
Él estaba despierto.
—¿Dónde demonios has estado?— su voz sonó áspera, afilada como el vidrio roto.
Sera tragó con fuerza. —En el trabajo. Te dije que tenía un trabajo importante esta noche.
—Trabajo— él se burló, poniéndose de pie. La botella en su mano se agitaba con líquido ámbar. Sus ojos, inyectados de sangre y salvajes, se fijaron en ella como un depredador. —No me mientas, niña. ¿Crees que no sé lo que has estado haciendo? ¿Con quién has estado?
Ella dio un paso atrás, su respiración se atascó en su garganta. —No estoy mintiendo. Estoy tratando de construir algo para mí— para nosotros. Para que no tengamos que vivir así nunca más.
—¿Para nosotros?— Él rió con amargura. —¿Crees que eres mejor que yo porque tienes tu escuela elegante y tus grandes sueños? No eres nada, Seraphina. Nada sin mí.
Ella se estremeció cuando él escupió su nombre, sus uñas se clavaron en su palma. —¿Por qué eres así? No siempre fuiste así…
Su rostro se torció de rabia, y en un violento movimiento, se lanzó hacia su mochila. Ella retrocedió, pero él fue más rápido, arrancándosela de las manos. La laptop dentro cayó al suelo. Antes de que pudiera alcanzarla, su bota cayó sobre la pantalla con un crujido enfermizo.
—¡No!— Sera gritó, cayendo de rodillas mientras los restos destrozados de su arduo trabajo se esparcían por el suelo.
—¡Pierdes tu tiempo con esta basura!— él vociferó, su voz sacudiendo las paredes. —Todos estos años, no has sido más que una carga. Igual que ella.
Ella levantó la cabeza de golpe. —¿Qué dijiste?
Sus labios se curvaron en una sonrisa cruel, dientes amarillentos por años de descuido. —Me escuchaste. Ni siquiera eres mía, niña. Nunca lo fuiste. Tu preciosa madre te trajo aquí desde Dios sabe dónde, pensando que podía arreglar su vida vacía con una niña rota.
Sera se quedó paralizada. El mundo se inclinó bajo sus pies, y las palabras de su padre resonaron en sus oídos.
—Ni siquiera eres mía.
No. No podía ser verdad. Había pasado toda su vida bajo su techo, tratando de ganarse su aprobación, soportando su ira, todo mientras creía—esperaba—que en algún lugar, en lo más profundo, él se preocupaba por ella de alguna manera retorcida.
—¿Por qué…?— Su voz se quebró. —¿Por qué me dices esto?
—¡Porque no eres nada, Seraphina!— rugió, su rostro a centímetros del de ella. —¡Nunca debiste estar aquí! ¡Tu madre me arruinó, y luego me dejó contigo! ¡No eres más que una inútil, igual que tu madre!
Algo dentro de Sera se rompió. La frágil esperanza a la que se había aferrado durante tanto tiempo se convirtió en cenizas en su pecho.
Antes de que pudiera reaccionar, su mano volvió a caer, afilada y brutal. Ella golpeó el suelo con fuerza, su cabeza chocando contra la esquina de la mesa de centro. Estrellas explotaron detrás de sus ojos, y el sabor metálico de la sangre inundó su boca.
El dolor rugió en su cráneo mientras su padre se cernía sobre ella. Intentó retroceder, pero su cuerpo se negaba a obedecer. Su sombra la cubrió por completo, y por un momento, todo lo que pudo sentir fue miedo—miedo profundo, primario, asfixiante.
—Detente —gimió ella, su voz pequeña y rota—. Por favor… detente…
Pero él no se detuvo.
El hombre al que ella había llamado padre durante todos esos años, el que había sido amable y cariñoso con ella cuando era niña, ahora era solo una sombra oscura y fría sobre ella. Antes de que pudiera reaccionar, su sudadera fue rasgada, y las manos frías de su padre le apretaron los pechos dolorosamente, ásperas y duras, dejando moretones por todas partes.
—Por favor, no…
—Padre… por favor… —intentó escapar, pero fue inútil. Incluso borracho, el hombre al que había llamado padre todos esos años seguía siendo más fuerte que ella, por lo que cualquier intento de librarse de sus golpes y dolorosos apretones era en vano.
Cuando Sera despertó, el apartamento estaba en silencio. Su cuerpo dolía, cada respiración era aguda y dolorosa. Estaba acurrucada en el frío suelo, desnuda y cubierta de moretones, con la mejilla presionada contra las baldosas agrietadas. La tenue luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, pintando rayas pálidas en los restos de su hogar.
Él se había ido.
La vieja chaqueta de cuero de su padre no estaba en su gancho habitual junto a la puerta, y el leve sonido de un motor arrancando afuera confirmó que se había marchado.
El cuerpo de Sera temblaba mientras se empujaba sobre sus codos, conteniendo un sollozo mientras cada músculo protestaba con un grito. Su sudadera estaba rasgada y tenía sangre en el labio.
Su mirada se posó en la computadora portátil rota en el suelo—el salvavidas hacia su futuro, ahora destrozado más allá de toda reparación.
—No. Por favor, no.
Con manos temblorosas, alcanzó la estantería junto a la ventana. Oculto entre las páginas de un viejo libro de texto había un delgado USB—la copia de seguridad que había hecho de su programa. Con dedos temblorosos, lo sacó y lo apretó contra su pecho.
Su respiración se entrecortó mientras las lágrimas resbalaban por su rostro magullado. Su visión se nublaba, pero su mente estaba clara.
No podía quedarse allí. Si él volvía… si la encontraba de nuevo…
Con torpeza, agarró su mochila, metió el USB y algunos elementos esenciales dentro, y se dirigió tambaleándose hacia la puerta. Cada paso era una agonía, pero se obligó a seguir avanzando.
Afuera, el aire de la mañana era agudo contra su piel. Su teléfono estaba agrietado, pero aún funcionaba. Su pulgar se cernió sobre un nombre en su lista de contactos.
Damon Hale.
Su respiración era entrecortada mientras presionaba el botón de llamada y se llevaba el teléfono al oído.
Sonó una vez.
Dos veces.
Entonces su voz se escuchó—baja, firme y afilada como una hoja—. ¿Sera?
Ella se atragantó con un sollozo—. Damon… necesito tu ayuda.
—¿Dónde estás?
Su voz no tenía vacilación, ni duda—solo acero tranquilo.
Le dio su ubicación, y antes de que pudiera decir algo más, él cortó la llamada.
Por un momento, Sera se quedó allí, abrazando su mochila contra su pecho, todo su cuerpo temblando de miedo, agotamiento y dolor.
Entonces aparecieron unos faros al final de la calle.
Un coche negro y elegante se detuvo, y la puerta se abrió. Damon salió, su alta silueta delineada por la luz del amanecer. Su mirada recorrió a Sera, y su rostro se quedó inmóvil—sus ojos afilados se oscurecieron, su mandíbula se tensó y sus nudillos se pusieron blancos mientras sus puños se apretaban a los costados.
—Sera… —dijo suavemente, su voz apenas por encima de un susurro.
Ella dio un paso tembloroso hacia él, su labio temblando, sus brazos envueltos fuertemente alrededor de su cuerpo magullado. Antes de que pudiera dar otro paso, sintió unas manos cálidas y suaves atrapándola, y cayó en la oscuridad.


















































































































































































































