Capítulo 3

El aire en el palacio real estaba cargado de anticipación cuando Kael entró en el gran salón. Sus pasos resonaban con propósito mientras se acercaba a la cámara donde sus hijos, el príncipe Ronan y la princesa Selene, lo esperaban. El peso del mundo parecía colgar sobre él, y sabía que esta conversación alteraría el curso de sus vidas.

Ronan estaba cerca del hogar, sus ojos dorados brillaban suavemente mientras miraba las llamas. La luz del fuego se reflejaba en sus tatuajes tribales, su fuerte y ágil figura se veía cargada de un poder silencioso. Selene, siempre la princesa elegante y regia, estaba sentada al borde de la mesa, su expresión calmada pero indescifrable. Su cabello rubio platinado brillaba en la luz tenue, y sus ojos marrones se enfocaban en su padre con una mezcla de respeto y quieta expectativa.

Kael se paró frente a ellos, su mirada aguda y directa. —Ronan, Selene— comenzó, su voz cargada con el peso de su título —hay asuntos de gran importancia que deben ser abordados. Asuntos que conciernen no solo a nuestro futuro, sino al futuro de todos los hombres lobo.

La postura de Ronan se tensó, su mirada se estrechó con curiosidad. —¿Qué es, Padre?

Kael inhaló profundamente, su voz bajando. —Los humanos están librando una guerra contra los vampiros. Su especie está siendo cazada, llevada a la extinción. Y aún así, creo que lo peor está por venir. Una vez que los humanos terminen con los vampiros, fijarán su mirada en nosotros. No estamos seguros.

Los ojos de Selene se estrecharon. —¿Qué propones que hagamos al respecto? Los vampiros siempre han sido nuestros enemigos. Son criaturas sedientas de sangre sin lealtad a nadie más que a ellos mismos.

La expresión de Kael se endureció, aunque permaneció calmado. —Entiendo tu desdén, hija mía. Pero esto ya no se trata de lealtad —se trata de supervivencia. Si no actuamos ahora, si no nos aliamos con los vampiros, caeremos como ellos. Los humanos nos cazarán sin vacilar una vez que sepan de nuestra existencia.

La mandíbula de Ronan se tensó, sus puños se apretaron a sus costados. —¿Quieres que nos aliemos con los vampiros? ¿Que nos pongamos del lado de los mismos monstruos contra los que hemos luchado durante siglos? No me doblegaré ante tal alianza.

La mirada de Kael se volvió hacia su hijo, su voz firme pero insistente. —No se trata de doblegarse, Ronan. Se trata de supervivencia. Los humanos son implacables, y no se detendrán hasta que hayan exterminado a cada última criatura sobrenatural. Los vampiros son nuestra única oportunidad. Debemos luchar juntos, o caeremos uno por uno.

—Hablas de supervivencia, Padre— gruñó Ronan, sus garras extendiéndose ligeramente mientras su ira hervía bajo la superficie. —¿Pero qué hay de la dignidad? ¿Sacrificamos nuestro orgullo para arrastrarnos a los pies de nuestros enemigos?

La voz de Kael permaneció calmada, pero había acero detrás de ella. —Esto no se trata de orgullo, Ronan. Se trata de asegurar que nuestra gente viva para ver otra generación. El orgullo no nos protegerá de las armas de los humanos.

—Entonces déjame liderar a nuestros guerreros— exclamó Ronan, acercándose a su padre. —Luchemos, diente y garra, hasta que nuestros enemigos caigan ante nosotros. No me inclinaré ante esos parásitos.

—¿Y cuántos de nuestra gente enterrarás, hijo mío?— La voz de Kael era baja, afilada como una hoja. —¿Valdrá tu orgullo las tumbas de nuestros parientes?

Ronan miró a su padre, la tensión en su rostro palpable. Después de un largo silencio, habló, su voz más suave pero llena de comprensión reacia. —¿Cuál es el trato, Padre? Si vamos a aliarnos con ellos, ¿qué debemos ofrecer?

Kael dio un paso hacia adelante, su mirada encontrándose con los ojos de ambos con todo el peso de su plan. —Propongo un pacto, uno que unirá nuestros destinos. Para asegurar su confianza, tengo la intención de ofrecer la mano de Selene a Dimitri, el príncipe vampiro. Con eso, podemos asegurar que nuestra manada sobreviva esta guerra.

Los ojos de Selene se abrieron, su expresión parpadeando con sorpresa e ira. —¿Quieres que me case con él?— Su voz era aguda, llena de incredulidad. —¿Un vampiro? ¿Una criatura de la oscuridad? Esto es una locura.

La postura de Ronan cambió mientras se acercaba a su hermana, su voz calmada pero firme. —No es una locura, Selene. Es un hecho. Una vez que los humanos descubran nuestra especie, nos cazarán sin piedad. Los vampiros pueden ser nuestros enemigos, pero son nuestros únicos aliados en esto. Si no unimos fuerzas, todos seremos exterminados.

El rostro de Selene se torció con frustración, sus puños se apretaron. —No me casaré con un vampiro. No me uniré a un monstruo.

Ronan suspiró, sus ojos dorados suavizándose con una rara comprensión. —Sé que odias la idea, Selene. Pero piensa en nuestra gente, piensa en nuestra manada. Esta es la única manera. Los humanos no se detendrán ante nada. No podemos enfrentarlos solos. Este pacto, esta unión, puede ser nuestra única esperanza.

Mientras su hermano hablaba, el pecho de Selene se apretaba. El peso de sus palabras la presionaba como una montaña, aplastando su determinación. Quería gritar, lanzar acusaciones contra su padre por siquiera sugerir tal traición a su linaje. Pero en el fondo, imágenes de su gente... los cachorros jugando en los campos, los ancianos contando historias antiguas junto al fuego... pasaban por su mente. La necesitaban.

Kael permanecía en silencio, observando el intercambio entre sus hijos. Su corazón dolía, sabiendo el precio que se pagaría. Pero su deber era claro, y a veces, los sacrificios eran necesarios por el bien mayor.

Selene se quedó quieta, su mirada se dirigía al suelo mientras luchaba con la decisión. Después de una larga pausa, finalmente habló, con voz resignada. —Lo odio. Odio la idea. Pero entiendo la necesidad. Por la manada, lo haré.

Ronan le dio a su hermana un asentimiento solemne, su orgullo por ella claro, incluso ante una decisión tan inimaginable. —Haz lo que debas, Selene. Estaré contigo, pase lo que pase. Luego, esbozó una leve sonrisa, un raro destello de diversión rompiendo su ira latente. —Al menos Dimitri no es tan feo como algunas historias hacen parecer a los vampiros —dijo, su voz baja pero con humor sardónico.

Selene le lanzó una mirada fulminante, sus puños aún apretados a los costados. —Oh, maravilloso, Ronan. Quizás debería agradecer a Padre por arreglar mi matrimonio con el monstruo más presentable del reino.

—Solo digo —respondió Ronan, con un leve encogimiento de hombros, consolando a su hermana—. Lo manejarás.

La mirada aguda de Kael los silenció a ambos, aunque una chispa de molestia cruzó su rostro. —Este no es momento para bromas, Ronan.

—Lo siento, padre —murmuró Ronan bajo su aliento.

Kael suspiró, sintiendo sus hombros relajarse ligeramente, aunque sus ojos aún llevaban el peso de lo que estaba por venir. —Entonces está decidido. Nos acercaremos a la Reina Serafina con esta oferta, y forjaremos un pacto que asegurará nuestra supervivencia.

Mientras la habitación caía en silencio, Kael miró a sus hijos con una mezcla de orgullo y tristeza. Habían tomado una decisión difícil, una que moldearía el futuro de su gente. Ante la guerra, habían elegido la supervivencia, incluso si eso significaba aliarse con sus antiguos enemigos. Su mirada se posó en Selene por un momento más, y el peso de la situación se asentó profundamente en sus huesos. Sabía que, con el tiempo, comprenderían la gravedad de la elección que habían hecho.

Pero al salir de la habitación, sus pasos resonando por los pasillos, no podía sacudir la sensación de que las consecuencias de este pacto alterarían para siempre el curso de sus vidas.

Selene, mientras tanto, irrumpió en sus aposentos, su mente un torbellino de emociones contradictorias. El peso de las palabras de su padre aún presionaba fuertemente sobre su pecho. ¿Casarme con un vampiro? La mera idea era una traición a todo lo que le habían enseñado a creer. Una unión con Dimitri, el príncipe vampiro, se sentía como cadenas atándola a un destino que nunca había elegido. Cerró los puños, luchando contra el impulso de gritar, de rechazar el camino que ahora se le presentaba.

Se acercó a la ventana, sus manos apretadas en puños mientras miraba las vastas tierras iluminadas por la luna que una vez representaron libertad. ¿Podría irme? ¿Podría huir? El pensamiento parpadeó, fugaz y tonto, pero aún ardía en su corazón. Podría desaparecer, desvanecerse en la noche... pero ¿a dónde iría? ¿Y sería suficiente para escapar de las consecuencias de abandonar a su gente?

Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.

—¿Selene? —La voz de Ronan, fuerte y firme, resonó en la habitación—. ¿Puedo entrar?

No respondió de inmediato, pero cuando la puerta chirrió al abrirse, Ronan entró. Su figura alta y dominante llenaba el umbral, sus ojos dorados suaves con preocupación. Cerró la puerta detrás de él, su presencia una fuerza estabilizadora en la tormenta de sus emociones.

—Sé que estás preocupada —dijo, su voz baja pero reconfortante—. Pero no estás sola en esto.

Selene se volvió para mirarlo, sus ojos llenos de frustración. —Nunca pedí esto, Ronan. Me van a negociar como una simple pieza en un juego.

Ronan, aunque mayor y más sabio, no la reprendió por sus palabras. En cambio, se acercó a ella con una fuerza tranquila, su tono suave pero firme. —Entiendo tu enojo, hermana. Pero todos estamos atados por el deber. Este matrimonio no es una traición; es una necesidad. Para la supervivencia de nuestra gente, debemos unirnos con los vampiros.

Ella negó con la cabeza, su voz apenas un susurro. —Temo perderme en esta unión.

La mirada de Ronan se suavizó, su mano descansando brevemente en su hombro. —No te perderás, Selene. Eres fuerte, y estaré a tu lado en esto. Resistiremos juntos, como siempre lo hemos hecho.

Su corazón dolía con el peso de sus palabras, pero asintió con resignación. —Haré lo que se requiere de mí. Por la manada.

Ronan asintió solemnemente en respuesta, su orgullo en ella silencioso pero claro. —Y estaré contigo, sin importar qué.

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