CAP 2

Capítulo 2

Esa noche no pegué un ojo. Daba vueltas en la cama, con la mente hecha un caos. Esa mujer… tan perfecta, tan pulcra en su mundo de cristal. ¿Cómo podía seguir su vida como si nada?

Mientras tanto, mi hermana… mi dulce Estefanía... había sido echada a la calle como si no valiera ni el polvo de sus zapatos mientras lentamente su vida se apagaba.

Me ardía el pecho de recordar ese pasado doloroso, No era justo, no era justo nada de lo que nos había pasado, y que esa mujer nunca pago el precio.

Me levanté antes de que el sol asomara. No tenía ganas de ir a la universidad, pero necesitaba mantenerme serena.

Preparé el desayuno como todos los días, sabiendo que mamá seguiría dormida, atrapada en el silencio que le dejaban sus borracheras. Le dejé el plato en la puerta, como siempre. Yo era la que sostenía todo, la que cuidaba, la que aguantaba. Era la mamá de una mamá que ya no podía más.

Me dirigí a una casa a pocas cuadras. Al llegar, el aire se me atascó en los pulmones. Esa era la casa donde mi hermana iba a vivir con su amor. Estefanía tenía apenas dieciocho, era hermosa, dulce, tan viva... y ahora solo quedaba el eco de lo que no fue. Me abrió la puerta Max, su eterno amor, su mariachi, su "Casanova". Desde que ella murió, él no volvió a ser el mismo.

De aquel hombre alegre

—¿Qué haces aquí? ¿Necesitás dinero? —me preguntó, serio, mientras me dejaba pasar.

—No. Lo que diste este mes es suficiente —respondí, bajando la mirada. Siempre me sentía pequeña al aceptar su ayuda, aunque sin ella estaríamos hundidas.

—¿Qué necesitás, princesa?

No pude contenerme. Lo abracé con fuerza. Y lloré. Lloré como si el alma se me rompiera en pedazos.

—Vi a esa mujer. La que dejó a mi hermana morir sin ayudarla.

Sus ojos se encendieron con rabia.

—¿Dónde está? Te juro que la mato.

—No. Solo quiero que me apoyes.

Le di un beso en la mejilla y me separé. Me miró extrañado.

—¿A dónde vas vestida así?

Llevaba shorts y una camisa que no dejaba nada a la imaginación. No era yo, pero era parte de lo que planeaba.

—Solo confía en mí. Si te necesito, te llamaré.

Fui a la universidad. Todos me miraban, incluso Carlos.

—Estás preciosa —susurró, dándome una vuelta—. El beso de ayer... Me dejó un poco caliente.

—No podemos tener nada, Carlos. Ahora soy tu niñera —le guiñé, dejándole una marca de labial en la mejilla.

Él rió, pero detrás de sus ojos había algo más.

—Mi mamá quiere entrevistarte en el hospital. Mi papá habló bien de ti, así que puede ayudarte mucho.

Asentí, aunque por dentro la idea me revolvía el estómago. Tomé mis clases como una autómata, con una sola idea dando vueltas en mi cabeza: hacerla pagar. A esa mujer la iba a derrumbar desde adentro. Pero para eso debía parecer todo lo contrario. Por eso, antes de ir al hospital, me cambié de ropa. Me vestí recatada. Casi como una monja.

Entré al hospital con mi mochila y una paleta en la boca. Sentía cómo me miraban los hombres y entendí que tenía el poder.

—Sígueme —dijo con una sonrisa. Me llevó a su oficina.

Todo me dolía al estar ahí. Cada pasillo era un recuerdo de los ruegos que mamá y yo hicimos para que ayudaran a Estefanía.

—Mi hijo quiere que hagas la residencia aquí —comentó—. Eres un prodigio, según me cuentan.

—Debe ser un honor estudiar aquí con tantos médicos brillantes —mentí con una sonrisa falsa —Pero tengo entendido que aquí solo se atiende a gente de élite.

—La salud es un negocio y se deben atender a quienes puedan adquirir el producto

Sus palabras eran frías y secas, como si mi hermana hubiera sido un error del sistema. Cuando terminó la entrevista, fue directa:

—Quiero que vivas en casa para cuidar a las gemelas. Te daremos lo necesario para que estudies, pero no quiero que tengas nada con Carlos.

—Nuestras carreras son prioridad —respondí, conteniendo mis ganas de matarla.

Me contrató de inmediato.

Fui a casa, empaqué la ropa sensual de mi hermana y me despedí de mamá. Le pedí a Max que la cuidara, me iría por tiempo indefinido.

—Esa mujer va a pagar —le dije—, pero no puedo prometerte que no saldré herida, estoy dispuesto a quemarme en el infierno.

—El odio y la venganza solo traen más dolor —susurró Max evidentemente preocupado por mi actitud.

—Ya estoy herida. Solo busco justicia.

Antes de llegar a la casa, pasé por la tumba de Estefanía.

—Tu venganza empieza hoy —le prometí—. Esa mujer va a llorar más de lo que mamá lloró por ti.

Al llegar, me hice amiga de María, la empleada, una joven dulce con demasiada información.

—¿Y el matrimonio de los señores? —le pregunté.

—Un desastre. Ella tiene sus aventuras. Él lo sabe, pero se hace el ciego, pero ella sigue con el por el dinero, sin el ella no es nadie.

—¿Y como es la relación con sus hijos?

—Su adoración es Carlos, hace lo que sea por su primogénito.

Perfecto, ese era su punto débil su Matrimonio perfecto, y el amor de su querido hijo.

Me gané a las gemelas de inmediato. Eran inquietas, pero yo sabía cómo calmarlas.

Carlos al verme en casa, me tomo de la cintura e intentó besarme, pero lo detuve.

—Tu mamá nos prohibió estar juntos —le dije—. Lo arruinaríamos todo.

—Quiero que seas mi novia, mi mamá no me puede prohibir eso.

—Tengo que cuidar este trabajo.

Durante la cena, tanto las niñas como Carlos me pidieron sentarme en el comedor principal

De inmediato protestó

—Es la niñera y este no es su lugar.

—¡No mamá! La queremos aquí.

Tomas que llegaba del hospital con ese porte indomable se acercó a la mesa y me lanzó una sonrisa.

Para ser honesta era muy guapo, y derretía a cualquier mujer.

—Dejala, ella no es solo una niñera.

Tuve que ceder ante la presión de todos.

Ella me dejó claro mi lugar:

—Esto es solo por hoy, mañana comerás con el servicio—Y yo solo sonreí.

Ya había ganado, un lugar en su casa.

Esa noche, todos se acostaron, menos Tomás. Lo vi bajar a la cocina. Fui tras él, en mi pijama más provocadora que encontre

—No sabía que estabas aquí. Solo quiero agua —dije, coqueta.

Él tragó saliva, pude ver su mirada recorrerme, se sonrojo, y bebió el agua evidentemente nervioso.

—Buenas no ... Ches —titubeo

Me acerqué y Lo besé en la boca

—Nadie cobra por mirar.

Él no se apartó. Me jaló hacia él tomandome de la cintura con fuerza.

Mi corazón latía fuerte. Su seguridad me atrapó de inmediato el alma, Tomás era diferente.

—No juegues c

on fuego porque te puedes quemar —dijo con sus labios sobre los míos.

—Quiero quemarme, porque en esta casa está el mejor médico del país.

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