CAP 1

Capítulo 1

Narra Alondra

Ese día el sol brillaba con fuerza, pero para mí lo verdaderamente luminoso era mi corazón. Después de cinco años esperando, por fin pisaba una universidad. Mi universidad.

Había luchado con uñas y dientes para llegar ahí. Aunque era pública, entrar no fue fácil. Mis profesores se unieron para pagarme la matrícula. Creían en mí incluso cuando yo dudaba.

Tenía trece años cuando decidí ser médica. Todo comenzó con la boda de mi hermana. Quería verse hermosa y decidió operarse. Una liposucción, dijeron. Algo rápido, dijeron. Pero lo que siguió fue una pesadilla que aún no suelta mis noches. Gritaba de dolor. Y yo, tan niña, no entendía por qué nadie la ayudaba. La clínica era un garaje disfrazado de hospital.

La llevamos al hospital más cercano, en un intento desesperado de ayudarla, pero al no tener dinero no la quisieron recibir, Nos cerraron la puerta. La directora... esa mujer… simplemente nos echó a la calle como si mi hermana no estuviera muriendo.

Llegamos a otro hospital, pero ya era tarde. Murió en mis brazos. Y el médico lo dijo claro: si la hubieran atendido a tiempo, quizá estaría viva. Desde entonces, me hice una promesa: salvar vidas. Convertirme en la mejor. Pero la justicia nunca tocó a esa mujer causante de su irresponsabilidad de la muerte de mi hermana.

La frase de mi madre se volvió una constante: “La ley es solo para los de dinero”. Y con el tiempo, ella también se fue rompiendo por el dolor, refugiada en botellas de alcohol

Ese día, mi primer día en la universidad, sin embargo, no quería pensar en eso. Hoy era para celebrar que había cumplido mi sueño.

Mi mejor amiga, Laura, estaba a mi lado. Caminábamos por los pasillos enormes, buscando nuestro salón. Un par de chicos nos miraron con descaro. Me incomodaba. Siempre me vestía recatada, pero aun así... parecía no bastar mi figura siempre resaltaba en la ropa, Me limité a preguntar con cortesía.

—¿Pueden ayudarnos a encontrar este salón?

—Claro, yo mismo las llevo —respondió uno de ellos, guiñando el ojo con descaro.

No me gustó su actitud, pero estábamos perdidas en aquel gran edificio. No había opción. Avanzamos unos metros cuando una voz firme, diferente, me detuvo.

—¿A dónde llevas a las estudiantes?

Me giré. Un chico con bata blanca, de unos veinticuatro años, se acercaba.

Tomó el papel que tenía en la mano y lo leyó con atención. Era guapo, Demasiado. Y cuando sonrió, sentí un pequeño clic en el pecho. Laura también quedó muda.

—Yo las llevo —dijo con amabilidad—. Soy Carlos.

El primer semestre fue intenso. Vivía con el corazón en la garganta, entre libros, cafés recalentados… y miradas furtivas con Carlos. Él no era solo guapo. Era magnético. Popular, seguro de sí mismo, pero con una dulzura que desarmaba. No teníamos nada “oficial”, pero los silencios hablaban más que cualquier beso. Y aunque ese beso aún no llegaba, sabíamos que estaba cerca.

Una tarde me invitó a su casa. Según él, era para trabajar en un proyecto, pero algo en su voz me hizo sospechar que había más. Estaba adelantado algunos semestres, pero no le apasionaba la carrera. Me confesó que estudiaba medicina por presión familiar. Yo, en cambio, amaba cada célula, cada página del libro, cada sueño de bisturí. Así que terminé volviéndome en una nerd

Después de un par de clases, se atrevió.

Me tomo del mentón y paso su dedo índice por mis labios, Me besó. Fue suave, torpe y honesto. Mi primer beso. Sentí que el mundo se detenía un instante.

El bajo los besos por el cuello, mientras acaricio un poco mi pierna, se que iba muy rápido, pero no quería detenerlo, me gustaba sentir mi cuerpo reaccionar a su tacto.

—¿Quieres quedarte a cenar? Me gustaría que conocieras a mis papás —me dijo bajito, con una tímida sonrisa.

Acepté. ¿Cómo decir que no?

Preparar la cena fue una locura. Sus hermanas pequeñas eran energía pura, pero mis años como niñera sirvieron. Con unos juegos y palabras dulces, las calmé. Carlos me miraba como si no pudiera creerlo, me confesó que nadie podía con ellas.

En medio de las risas de las pequeñas, lo vi.

Un hombre alto, elegante, con ojos amables que recordaban a los de Carlos, mayor pero de ese tipo de mayor guapo.

—Nunca vi a alguien controlar a estas niñas así —dijo, aplaudiendo—. Soy el doctor Tomás Harrison. Encantado, Alondra.

Me quedé sin palabras. Estaba frente a una eminencia médica, uno de los doctores que yo seguía como si fuera un Rock Star.

Nos sentamos en la mesa. Me presentaron a Kevin, el hermano menor, un chico dulce que me saludó con una sonrisa tímida.

Todo parecía estar bien, hace mucho no tenía un momento de calma y me sentí feliz.

Pero cuando apareció ella… el tiempo se detuvo.

—Mucho gusto. Martha de Harrison —dijo, estrechando mi mano mientras me miraba de arriba abajo.

Y el mundo se quebró.

Era ella.

La mujer que le negó atención médica a mi hermana. La que nos echó del hospital mientras mi mamá lloraba y mi hermana moría. La asesina con bata blanca.

Mi rostro se heló. Carlos notó el cambio y me ayudó a sentarme. Yo apenas podía respirar mientras mis piernas temblaban.

—¿Estás bien? —susurró

—Creo que es la azucar —menti

Mientras ellos hablaban en la cena, yo me quedé mirando a la nada, con el vacío en el pecho y el corazón en la garganta.

—Alondra —me llamo aquella mujer —Ninguna niñera ha podido con estas niñas, ojalá consiguieramos a alguien como tú.

Una luz llego a mi cabeza, un rayo mezclado con la rabia y el enojo del peor día de mi vida.

La cena termino, me despedí a toda prisa fingiendo no sentirme nada bien.

De camino a casa Carlos siguió con la sesion de besos en el automóvil, empezó con el cuello marcando lo mientras sus manos recorrían mis piernas y subían a mis senos.

—¿Pasa algo? —pregunto al ver que no correspondía de la misma manera.

—Quiero ser niñera de tus hermanas—le dije más tarde, cuando me llevó a casa.

Él me miró confundido, pero no dijo nada. Solo asentía.

Esa noche llegué a casa y pasé directo al espejo. Mamá lloraba en la sala, como cada año cuando se acercaba el aniversario de la muerte de mi hermana.

Y yo… yo solo podía ver en mis ojos la promesa que acababa de hacerme. Iba a destruir a Martha.

Me solté el cabello, rompí mi blusa más recatada y m

e maquillé los labios.

Había una guerra que ella no veía venia y yo destruiría a su familia perfecta.

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