



CAPÍTULO 1: PÉRDIDA
El dolor es insoportable, el frío de la cerámica del piso de la mansión Ferrer se clava en mi piel, pero no es eso lo que me hace temblar sino la sangre… mi sangre.
Está caliente y pegajosa debajo de mí, extendiéndose en un charco alarmante. Siento el pulso débil, la respiración entrecortada y un vacío helado en el vientre que me arranca un sollozo ahogado.
No… no, por favor…
Intento moverme, pero un latigazo de dolor me recorre la espalda, impidiéndome siquiera girar la cabeza. Me siento atrapada, como un insecto agonizante al que alguien ha pisoteado sin piedad.
Parpadeo varias veces para aclarar mi visión, debo recordar qué pasó, pero los recuerdos vienen en fragmentos.
Subía las escaleras de la mansión con cautela mientras sujetaba mi vientre con miedo. Solo yo sabía lo que crecía dentro de mí. Mi pequeño secreto, mi esperanza, mi única razón para seguir adelante en este matrimonio frío y sin amor.
No se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Alejandro.
¿Cómo iba a decirle? Mi esposo nunca me ha tocado sobrio, nunca me ha mirado con deseo ni con cariño. Siempre me ha despreciado por mi cuerpo, por ser "demasiado gorda", "demasiado torpe", "demasiado vergonzosa".
Él me había conquistado con palabras bonitas, me hizo creer que estaba enamorado de mí, pero ahora sé que nada de eso fue cierto, que todo fue un engaño para conseguir el dinero y el estatus que yo puedo darle por ser la única heredera de la familia De la Vega.
Pero una noche… esa única noche, él estaba borracho y yo… yo solo me entregué a él como la tonta enamorada que soy.
Pensé que tal vez, solo tal vez él se había dado cuenta de su error, pensé que Alejandro finalmente me demostraba el amor que me había jurado cuando había empezado a conquistarme. Tenía la esperanza de que aquel roce fugaz de su piel contra la mía fuera algo más que un error, pero no.
Alejandro me dejó claro a la mañana siguiente que lo nuestro jamás pasaría de ser un accidente que él prefería olvidar, y ahora… ahora nuestro bebé también se ha ido, el bebé que jamás podré conocer.
Cierro los ojos con fuerza, tratando de aferrarme a los últimos recuerdos antes de que el dolor me arrastre a la inconsciencia. Hubo alguien en las escaleras, estoy segura. Vi una silueta en lo alto mientras me golpeaba contra los escalones, pero no alcancé a ver su rostro… o tal vez me lo imaginé, no lo sé. Mis párpados se sienten pesados cuando escucho pasos acercándose.
La figura de Alejandro se perfila contra la luz del vestíbulo. Alto, impecablemente vestido, con ese porte arrogante que siempre lo hace parecer inaccesible. El hombre que juró amarme frente a cientos de personas, pero que en la intimidad de nuestro hogar solo me ha dado desprecio y humillación.
—¡Valeria! —exclama con sorpresa— ¿Qué pasó? —me pregunta.
¿Será posible que esto lo haga preocuparse por mí? ¿Será posible que con esto él al fin me vea como la mujer que está ridículamente enamorada de él?
—No… no lo sé…me caí —digo, aunque muy dentro de mí, sé que no fue así. Alguien me empujó.
—¡Walter! ¡De prisa! ¡Llama a una ambulancia! —le grita al mayordomo.
Todo pasa en un borrón. Me siento destrozada porque sé que esta sangre solo puede significar una cosa, pero por otro lado… tal vez Alejandro empieza a darse cuenta de que me ama de verdad.
La ambulancia llega rápido y pronto me trasladan a un hospital donde el médico me confirma lo que ya sé.
—Lo lamento señora Ferrer, pero usted ha perdido a su bebé.
—¡No! ¡Dígame que no es cierto! —exclamo con los ojos anegados en lágrimas.
El médico me mira con lástima, no tiene muchas palabras de consuelo.
—Le hemos tenido que hacer un legrado, aunque ya había expulsado casi todo. Con ocho semanas, aun no estaba demasiado formado. De verdad, lo lamento mucho.
No tengo palabras para responderle, solo rompo en un llanto inconsolable mientras él se retira para dejarme sola.
Sin embargo, cuando Alejandro entra a la habitación, mi corazón se dispara. Por un momento pienso que me consolará, que va a abrazarme y llorará la misma pérdida que yo siento, pero su rostro me dice otra cosa.
—Alejandro, mi amor… perdimos a nuestro bebé. Yo… estaba embarazada.
Él suelta un bufido y se ríe de forma cínica, su reacción me deja en shock.
—¿Crees que soy tonto, Valeria?
—¿Qué? Mi amor, yo…
—Deja de mentir ¿De verdad intentaste fingir un embarazo para manipularme? —Su voz es fría y cortante.
Lo miro con los ojos empañados en lágrimas. No puedo responder, no puedo ni respirar. ¿Cómo puede pensar eso? ¿Cree que estoy mintiendo?
Mi bebé… nuestro bebé ya no está, y él lo único que piensa es que esto es un engaño.
—¿Nada que decir? —Su ceja se alza con desdén—. Qué patético, Valeria, ya no sabes qué hacer para llamar mi atención.
Un sollozo se ahoga en mi garganta. Alejandro suspira y se pasa una mano por el cabello, claramente fastidiado.
—Levántate, solo le haces perder el tiempo a la gente del hospital.
—Alejandro, ¿cómo puedes pensar que es mentira? ¿Acaso no escuchaste al doctor?
—Mi madre dijo que el médico explicó que la sangre fue por la caída. Seguramente perdiste el equilibrio por culpa de la grasa de más que tienes.
Algo dentro de mí se quiebra. Su madre… esa mujer me odia, y su palabra es ley. Aunque al principio, cuando conocía a Alejandro, era la suegra perfecta. Solo mostraron su verdadera cara cuando ya había pasado un año del matrimonio, fue ahí cuando me di cuenta de que las dos personas que decían apreciarme eran unos falsos.
Pero Carolina no me importa. Las suegras y las nueras no suelen llevarse bien, ¿verdad? Podía soportar los desprecios de su madre mientras él siguiera a mi lado y me amara, pero la verdad es que a él no le importo. Ni siquiera le interesa investigar por su cuenta si lo que digo es cierto.
—No puedes obligarme a irme, pasaré la noche aquí —le digo, intentando no demostrar lo mucho que me duelen sus palabras.
—Bien, quédate, pero no pagaré nada de esto.
Me quedo acostada en la camilla, pero apenas puedo sentir mi cuerpo. Todo es un vacío. Un abismo oscuro y sin fondo en el que me estoy hundiendo.
Mi bebé se ha ido.
Cierro los ojos con fuerza, intentando contener la angustia que me carcome por dentro. Alejandro no está aquí, nunca estuvo, realmente. Me dejó en este hospital como quien deja un objeto que ya no le sirve.
De pronto la puerta se abre. Pienso que es una enfermera, pero al alzar la vista me encuentro con un hombre que no reconozco. Es alto, de traje oscuro, con el rostro serio e imperturbable.
—Señora Ferrer. —Su voz es firme.
Inmediatamente me incorporo sintiendo una punzada de desconfianza.
—¿Quién es usted?
El hombre no responde de inmediato, se acerca con calma y deja un sobre sobre la mesa junto a mi cama.
—Alguien que quiere ayudarla.
Mi corazón late con fuerza.
—¿Qué?
—Sabemos lo que le han hecho y lo que ha perdido —continúa él, con una mirada que me estudia con precisión—. Y también sabemos que esta no es la primera vez que la han tratado como si no valiera nada.
Trago saliva, hay algo en su tono que me hiela la sangre.
—¿Quién es "nosotros"?
—El hombre que puede cambiar su vida, pero solo si usted está dispuesta a escuchar.
Miro el sobre y mis manos tiemblan cuando lo tomo. No sé qué esperar, pero cuando lo abro y veo lo que hay dentro, mi respiración se corta.
Son fotografías, documentos e información sobre Alejandro, sobre su… ¡¿amante?!
Levanto la vista, sintiendo un nudo en la garganta.
—¿Por qué me muestran esto?
—Porque tiene dos opciones, señora Ferrer —El hombre se inclina un poco hacia mí—: volver a esa casa y seguir siendo la esposa olvidada de un hombre que jamás la respetará… o aceptar nuestra oferta y tomar el control de su destino.
El pulso me retumba en mis oídos.
—¿Qué oferta?
Él me observa por un largo momento antes de enderezarse.
—Mañana a las nueve en punto en la suite presidencial del Hotel Royale. Si quiere respuestas, preséntese.
—¿Y si no voy?
—Entonces será su elección seguir viviendo mientras es desdichada —dice sin titubear—. Pero si va, le garantizo que no volverá a ser la misma mujer.
Se gira y camina hacia la puerta.
—Espere… —mi voz sale temblorosa—. ¿Quién es el hombre que quiere ayudarme?
El desconocido se detiene en el umbral y me dedica una última mirada antes de responder:
—Vaya y lo sabrá.
Y entonces se va, dejándome con el corazón acelerado y una decisión que podría cambiar mi vida para siempre.