3: Destrozarle el corazón

Cuando el seguro de las pistolas se quitaron, todas las armas apuntaron en mi dirección. Lo único que me cruzó por mi cabeza fue cubrir a Renata, si me iban a matar, que lo hicieran conmigo y no con ella.

—¡No, no hagan eso! —Ella se dio la vuelta y se puso delante de mí —por favor, no hagan eso.

—¡Señorita, quiero que se aparte de ese hombre! —un oficial gritó —. ¡Hágase a un lado!

—¡No lo haré! —Pude ver las lágrimas de Renata brincar mientras abría sus brazos ampliamente —¡Si va a disparar, tendrá que matarme a mí!

—¡No hagas esto, Renata! —la intenté apartar, pero ella no se movió ni un ápice —. ¡No seas estúpida! Te van a matar.

—La vida sin ti no es vida, ¿De qué me sirve vivir si sé bien que en mi casa me esperan maltratos? Entiende de una vez que eres mi cable a tierra; si vas a morir, yo me iré primero.

La aparté, pero ella me abrazó con tanta fuerza que supe que estaba dispuesta a morir por mí. Sentí cómo sus lágrimas se deslizaban por mi ropa ensangrentada.

—Entiende, incluso si yo muero, mi destino es distinto al tuyo. Iré directo al infierno, mientras que tú vas a ir al paraíso.

—Le pediré a Dios de rodillas que perdone todos tus pecados, estoy segura de que si lo hago con fuerza, Él me lo va a conceder, puesto que sabe lo mucho que he sufrido en esta vida. Y en caso de que no me conceda hacerte entrar al paraíso, me iré contigo al infierno.

—¿Qué estás diciendo?

—¿De qué me sirven mil cielos si tú no estás en ninguno de ellos? Prefiero arder en las llamas de un solo infierno si tú estás a mi lado.

Fue ahí donde comprendí que, Renata, prefería morir conmigo de esta manera y no vivir en un mundo sin mí. Y yo sabía bien que en sus zapatos haría exactamente lo mismo, un mundo sin ella, no me servía.

Escuchamos cómo la policía nos quería matar en ese momento, solo esperé que ellos dispararan, pero las balas no se hicieron presentes.

Más bien escuché una voz ronca, familiar y que instaló un silencio tan pesado como si estuviéramos en un cementerio y hubiera cierto temor en despertar a sus muertos.

—Bajen esas armas de inmediato —la voz resonó con fuerza y una autoridad que erizaba a cualquiera —no puedo creer que hagan semejante escándalo en las puertas de un sitio que se supone que debe mantener la paz para sus pacientes.

El andar seguro de esos zapatos fue lo único que se pudo escuchar, miré en dirección a este salvador y se trataba de Salvatore Greco. Los oficiales guardaron sus armas y se vieron intimidados por este hombre.

—Ahora quiero que se larguen a su comisaría a hartarse de donas y beber café hasta morir, aquí no ha pasado nada y no deseo darme cuenta que vuelven a molestar a tan encantadora pareja.

Los oficiales se dieron la vuelta y pronto todas aquellas patrullas se fueron, Renata que aún se encontraba aferrada a mí, era ajena a la situación.

—Vaya, jamás he visto a una mujer tan valiente como esta chiquilla —él la miró con admiración —bien, he decidido venir aquí y vaya que hice bien en hacerlo. De no ser así, estarías saludando a un viejo amigo en estos momentos… Mi querido Lucifer… He estado por caer en sus garras, pero no me ha sujetado lo suficientemente fuerte y muchas veces pensé en que tenía un motivo por el cuál seguir con vida y quizás ahora que te he encontrado, es que me doy cuenta.

—Señor Greco, ya le he dicho que no me interesa pertenecer a su familia tal como le llama a su grupo. Le agradezco lo que ha hecho, pero espero que no quiera cobrarme el favor.

—Muchacho terco, no voy a pedirte nada a cambio por lo que hice. Pero deseo…

—Luziano —la voz de Renata fue débil —no me siento bien.

Después de esto, Renata se desmayó justo en mis brazos. La miré sangrar de su herida, también su piel se encontraba perlada por el sudor y me di cuenta que tenía fiebre.

—Vamos, alza a tu mujer y tráela… Claro… Si es que quieres que ella viva.

No lo pensé dos veces, tomé a Renata entre mis brazos y me fui con el señor Greco. Ella se miraba bastante mal y me preocupaba por su salud.

—Vamos a casa —la voz del señor Greco transmitía una seguridad que daba miedo —dile al doctor que se encuentre listo, llevamos a una herida.

Pronto llegamos a aquella enorme mansión que tenía unos jardínes infinitos, ni en sueños iba a poder tener tanto dinero para comprar un sitio como este.

—¿Te gusta mi casa de campo? —el señor Greco preguntó con una sonrisa socarrona —estoy seguro que sí.

—¿Casa de campo? ¿Acaso esto es una maldita broma?

—Claro que no, esta es la propiedad donde vengo a vacacionar y en algunas ocasiones a cerrar algún trato o a eliminar cabos sueltos.

—¿Mancini era un cabo suelto?

—Así es y tú lo eliminaste por mí, es justo por eso que te ayudé con la policía.

Llegamos a la mansión, en cuanto entramos, un doctor se encontraba con una enfermera y una camilla. Se apresuraron a nuestro encuentro y me hicieron poner a Renata en la camilla.

—Quiero que revisen a esa muchacha y hagan todo lo posible por salvarla.

Se llevaron a Renata de mi vista, quise seguirla, pero el señor Greco me detuvo y me llevó a una sala bastante lujosa.

—Deja que el doctor haga el trabajo correspondiente, ahora quédate conmigo que necesito hablar contigo.

—¿Qué es lo que quiere?

—Te quiero a ti a mi servicio, como algo más que uno más de la lista.

—No quiero.

—Está bien, pero luego no me culpes del hecho de que Renata murió. La atención que le estamos dando a ella tiene un precio y dudo mucho que con lo que ganas siendo un dealer, puedas cubrir siquiera los honorarios de la enfermera, ahora imagina los del doctor.

—Realmente usted no da puntada sin dedal, ¿No es cierto? Ya decía que tanta bondad no podía ser posible, que debía haber un interés de por medio.

—¿Por qué no quieres pertenecer a mi mundo? Al final ya te encuentras con un pie dentro.

—Porque no me gusta obedecer las órdenes de nadie, soy mi propio jefe y no le rindo cuentas a absolutamente nadie, menos a un viejo que se encuentra con un pie en la tumba.

Las armas se alzaron en mi dirección, no tuve miedo, me quedé completamente quieto y miré al jefe de aquellos sujetos. Fue entonces que me acerqué y tomé el arma con fuerza, la puse justo en medio de mis cejas y lo miré desafiante.

—Si quieres matarme, pues hazlo, no pienso detenerte. Eso sí, asegúrate de que abandone este mundo, porque si no lo haces, me voy a levantar de entre los muertos y te mataré con la misma pistola que me estás apuntando en estos momentos.

—Bajen las armas —la orden del señor Greco fue igual de firme —este sujeto me agrada y mucho.

Las armas se bajaron, pero la que se mantuvo firme fue la que yo sostenía justo entre mis cejas. No quería soltarla en absoluto.

—Escucha, muchacho terco. No me sirves muerto, te necesito con vida, así que suelta esa arma y ven a hablar conmigo de negocios.

—No quiero, ya he dicho que no pienso obedecer sus órdenes y menos ser un peón más de los muchos que tiene.

Aquel hombre se levantó de donde estaba, caminó en mi dirección y sin mediar palabras me dejó ir un puñetazo que me dejó sin aire. Solté la pistola y me fui directo al suelo, vomitando la bilis, puesto que no tenía nada en el estómago.

—Limpia ahí —él me lanzó una servilleta —en serio que te gusta ser terco, pero bueno, quieren las cosas por mal.

—Es un bastardo —respondí mientras limpiaba mi vómito —y va a arder en el infierno.

—Al igual que tú, muchacho, al igual que tú —él se sentó y cruzó sus piernas mientras me veía hacia abajo —¿Entonces vas a negarle la atención médica a Renata o la vas a salvar? Decide ya, que todavía no comienzan a atenderla.

—¿Qué es lo que quiere de mí? Dice que no me quiere tener como un peón más, pero algo me dice que miente.

—Escucha una cosa, Greco Salvatore jamás miente. Ahora te digo que lo que quiero es que seas mi mano derecha, verás, no tengo herederos y me encuentro con los meses contados. Mi hijo murió hace tres años y mi esposa desde hace más de treinta años.

—¿En serio me quiere adoptar? Le informo que es demasiado tarde, señor Greco. Soy mayor de edad y no me apetece ser adoptado por un viejo moribundo que espera que le sostenga la mano mientras le juro que seré un buen hombre, nosotros sabemos bien que eso no aplica para nosotros debido al mundo en el que caminamos.

—No me interesa que sostengas mi mano, ni tampoco que me digas que todo va a estar bien. Lo que yo quiero evitar es que toda mi fortuna caiga en manos equivocadas. Y tú me recuerdas mucho a mi hijo y a su ímpetu, claro está, tú sabes manejarte con cuidado, no eres un estúpido que reta a los superiores.

—¿Y qué es lo que espera de mí?

—Que me obedezcas en cada cosa que te diga, seré más duro contigo que con cualquiera y no puedes protestar en absoluto. ¿Entonces qué dices? ¿Vienes a aceptar mis condiciones o dejas morir a Renata?

—No lo sé, no me apetece escuchar a un casi viviente.

—¿Qué significa Renata para ti?

—Ella es la única que sabe darme amor y hacerme sentir como en el cielo —respondí mientras recordaba la sonrisa de Renata y la manera en que me veía —¿Sabe qué? Acepto, pero por favor salve a mi ángel.

Un movimiento de cabeza fue suficiente para que el jefe de seguridad se fuera en dirección al médico. Me quedé estático, no quería poner en riesgo a Renata, pero lo había hecho y me lamentaba por ello.

—¿Qué es lo que piensas hacer? Porque evidentemente no podrás tener a Renata a tu lado, sabes bien que no hay cabida para el amor en este mundo.

—¿No cree que es un tanto hipócrita que diga eso? Al final tuvo mujer e hijo.

—Justo porque tuve mujer e hijo es que digo eso.

Sabía bien que el señor Greco tenía razón, en este mundo lleno de sangre, no había cabida para el amor. Ojalá que a Renata pudiera darle otra vida, pero lo cierto es que no podía hacerlo, ella debía encontrar la felicidad en los brazos de otro hombre…Ya lo había decidido… Sin embargo, ahora había un pequeño detalle, ¿Cómo se lo decía sin destrozarle el corazón?

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