



3. Una madre asĂ.
POV de Daphne
—...Daphne Rosen—. Casi me ahogo con el champán que estaba bebiendo al escuchar que llamaban mi nombre. Para ser honesta, no estaba prestando atención a su discurso hasta que mi nombre salió de sus labios.
Susurros llenaron la sala y mi madre me mirĂł con los ojos muy abiertos. ÂżEstaba en shock? Bueno, yo estaba a punto de tener un ataque al corazĂłn en cualquier momento.
—Daphne Rosen—. Al escuchar mi nombre de nuevo, volvà a la realidad y decidà hacer lo primero que se me ocurrió: dirigirme rápidamente hacia la puerta.
—Daphne—, dijo mi madre en tono de reproche mientras me dirigĂa a las puertas dobles. Una vez que lleguĂ© a la puerta, unos cuatro hombres musculosos bloquearon mi salida. Como eran altos, querĂa pasar por debajo de ellos o entre ellos, pero antes de que pudiera hacerlo, dos brazos fuertes me agarraron por la cintura y su dueño me lanzĂł sobre su hombro.
—¡DĂ©jame ir!—, exigĂ, pateando y retorciĂ©ndome, pero obviamente fue en vano ya que Ă©l tenĂa mucha más fuerza que yo. Antes de darme cuenta, estábamos en el pabellĂłn y Ă©l me puso de pie, pero envolviĂł un brazo firmemente alrededor de mi cintura para asegurarse de que me quedara quieta.
—Pido disculpas por el comportamiento salvaje de mi elegida. Como dije, ella es diferente y tiene problemas para mantener sus pensamientos y boca cerrados. Eso es...—, fue interrumpido.
—¡Hechicera!—, la voz del Alfa Roland resonó por la sala y muchas personas se quedaron boquiabiertas. ¿Acaba de interrumpir al rey alfa? Maldita sea.
Luego mirĂ© y vi a su hija, Emilia, llorando mientras su madre intentaba consolarla. Incluso despuĂ©s de lo que me hizo, todavĂa me sentĂa mal por ella. No le desearĂa esto ni a mi peor enemigo. Tener tus esperanzas tan altas y luego verlas destrozadas no debe ser fácil.
—Veo que has expresado tus preocupaciones sobre mi elegida, Alfa Roland—, hablĂł con tanta calma pero de manera aterradora, —¿Alguna otra palabra que te gustarĂa compartir?—. PodĂa literalmente escuchar el sarcasmo en sus palabras y estoy segura de que no era la Ăşnica, pero o este alfa es simplemente estĂşpido, ignorante o está pidiendo un tratado de muerte.
—SĂ, lo tengo. Esto es inaceptable y absurdo, su alteza. ÂżCĂłmo podrĂa darle la posiciĂłn de mi hija a una delta tan grosera, irrespetuosa y maleducada? No es correcto y estoy seguro de que esta perra desvergonzada te tiene bajo algĂşn tipo de hechizo. Se suponĂa que debĂa ser castigada, no convertirse en tu elegida—. ¡Este bastardo con derecho! Para ser honesta, darĂa cualquier cosa por cambiar de lugar con Emilia ahora mismo, excepto por la parte de llorar.
—Tomado en cuenta, Alfa Roland. Ahora, por favor, si permite que mis guardias lo escolten a mis mazmorras, será un honor—. La forma en que escogĂa sus palabras y las construĂa en oraciones era desconcertante.
—Eso es imposible. No puedes encarcelar a un alfa—, gruñó y todos, incluida su familia, lo miraron como si estuviera loco. Mi consejo para este hombre es que cierre la boca para que podamos salir de aquà y yo pueda trabajar en mi plan de escape.
—¿Por quĂ© no? Mis celdas son lo suficientemente grandes para contener tu enorme ego—. Ante esto, la gente se riĂł, incluso yo, pero podĂa decir por la forma en que el rey alfa miraba al Alfa Roland, que no estaba bromeando. Los guardias vinieron y 'escoltaron' al Alfa Roland fuera del salĂłn de baile. —¿Alguien más quiere expresar su preocupaciĂłn sobre mi compañera?—. ¡SĂ! Yo querĂa. ÂżContarán mis pensamientos como válidos? Cuando nadie se moviĂł para hablar, rompiĂł el silencio, —Entonces eso será todo. Pueden ir a sus respectivos hogares y tener una buena noche—. Nos alejĂł del pabellĂłn mientras todos se levantaban e inclinaban. Estas personas son como robots, lo juro.
Salimos del salĂłn de baile y tratĂ© de liberarme de su agarre, pero Ă©l solo me sostuvo más fuerte, un poco más y podrĂa aplastarme. Llegamos de nuevo al pasillo y me sentĂł en el trono... su trono. Él solo se quedĂł allĂ y muchas preguntas inundaron mi mente, estaba tan confundida. Quiero decir, fui grosera con Ă©l y con otro alfa, estaba cien por ciento segura de que me odiaba y querĂa que muriera, ¡no que me convirtiera en su elegida!
—¿Por qué? ¿Por qué me eliges a m�—, le pregunté.
—Porque todo rey debe tener una reina—, respondió simplemente.
—Pero...—, comencĂ©, todavĂa confundida.
—No cuestiones mi autoridad—, gruñó, —Serás mi Reina Luna y eso es definitivo—, exigió antes de marcharse.
ÂżAsĂ serán nuestras conversaciones? DeberĂa dejar claro que, aunque no tengo un rango ostentoso, no soy del tipo sumiso. Un minuto despuĂ©s, una mujer que parecĂa tener unos cincuenta y tantos años entrĂł y caminĂł directamente hacia mĂ, inclinĂł la cabeza, —Reina Luna—, el tĂtulo me dio un ligero escalofrĂo y descartĂ© por completo la idea de que alguien se refiriera a mĂ de esa manera.
—Por favor, llámame Daphne—, le sonreĂ y ella me devolviĂł una sonrisa cálida y maternal. TenĂa la sensaciĂłn de que nos llevarĂamos bien.
—Mi nombre es Cecilia, soy la jefa de las doncellas del castillo. Estoy aquà para informarle que hemos designado una doncella y un chófer personal para estar a su disposición—, declaró y solté un suspiro.
—¿Es todo esto necesario?—, me pregunté en voz alta.
—SĂ, mi señora, es muy necesario—. SoltĂ© otro suspiro, sabiendo que no lo dejarĂa pasar, asĂ que simplemente asentĂ sin entusiasmo. —¿Hay algo que desee o necesite antes de que me retire?—, preguntĂł y asentĂ. Mi libertad.
—Mi madre tambiĂ©n estaba aquĂ. ÂżPodrĂas traerla? ÂżO puedo ir a verla? Por si acaso, su nombre es Karie Rosen—, preguntĂ© ya sabiendo la respuesta a la Ăşltima pregunta.
—La traerĂ© a usted—. AsentĂ y le di las gracias antes de que se inclinara y se marchara. QuerĂa culpar a mi madre. Culparla por todo lo que llevĂł a este dĂa, empezando desde el dĂa en que me concibiĂł. Nunca me habĂa sentido más inĂştil, mirando al vacĂo y contando la cantidad de partĂculas de aire que ocasionalmente pasaban. ÂżAsĂ serĂa mi vida ahora? En este salĂłn vacĂo, mirando el gran reloj mientras el tiempo pasaba lentamente.
De repente, la puerta se abrió y mi madre entró junto con Cecilia. —Mi señora, cuando termine, le mostraré sus aposentos—. Asentà y ella salió, no sin antes inclinarse.
—¿TambiĂ©n debo inclinarme, mi señora?—, bromeĂł mi madre, pero no estaba de humor para sus halagos. QuerĂa culparla por mis problemas y eso era todo.
—Esto es tu culpa. Si no hubiera venido aquĂ, Ă©l no me habrĂa elegido. HabrĂa estado encantada sabiendo que no iba a pasar mi vida encerrada en un castillo. ÂżParezco de la realeza, madre? No sĂ© nada de toda esta mierda de la realeza—, la acusĂ©.
—Lenguaje, Daphne, y baja la voz, el rey alfa podrĂa escucharte—, dijo mi madre con su tono de reproche caracterĂstico.
—¿Y qué? ¡Que me escuche! Esto no es mi elección...—, me interrumpió con una mirada severa.
—Niña tonta, no tienes elecciĂłn en esto. DeberĂas estar agradecida, la mayorĂa de las chicas matarĂan por estar en tu posiciĂłn—, levantĂł la voz y supe que esta conversaciĂłn habĂa pasado de cien a mil muy rápidamente.
—No soy como las demás chicas, madre. Soy Daphne Rosen—, levanté la voz un poco más que antes para que supiera que hablaba en serio.
—Bueno, tal vez si no fueras tan diferente y difĂcil, no te habrĂan elegido. No intentes culparme a mĂ—. Dentro de mĂ, sabĂa que lo que decĂa era absolutamente correcto, pero no le darĂa el gusto de saberlo. —Ahora, desde el momento en que fuiste elegida, tu apellido ha cambiado. Ya no eres una Rosen y aquĂ es donde nos despedimos—. Sin decir una palabra más, saliĂł del salĂłn, dejándome sola una vez más.
Ni siquiera un adiĂłs. Vaya madre.
No mucho después, Cecilia entró, —Mi señora, si está lista, la acompañaré a sus aposentos—. Asentà con la cabeza y la seguà fuera del salón.